REFLEXIÓN SOBRE LA OBRA DE ARTE.
No toda obra creativa es arte, ni toda manifestación artística es una obra de arte. Entonces, cuándo y cuáles son las condiciones para que una obra creativa se convierta en una “OBRA DE ARTE” con mayúscula?
Cada género posee sus propias pautas y reglas, usualmente flexibles. Hablamos no solamente de la obra de arte visual, sino que se incluyen todas las manifestaciones artísticas en su máxima expresión: la música, la danza, el teatro, el cine, la fotografía, la literatura, la poesía, para mencionar sólo algunas. Es un tema que apasiona a muchos y desvela a otros. Los límites no son muy definidos y la valoración de la obra depende no sólo de criterios técnicos sino también del enfoque cultural dominante, del momento histórico que se vive, de la ubicación geográfica, entre otros.
Algunos criterios
En el mundo de la plástica, existen criterios compartidos que ayudan al espectador a distinguir una obra de nivel. La obra de arte habla con diferentes voces.
Se puede hablar de obra de arte cuando el espectador se siente atraído y desea volver a contemplarla o vivenciarla. Sólo con su presencia, la obra de arte produce una intrigante atracción, resuena en nosotros. Muchas veces aparece una reacción física que produce un sentimiento estremecedor que eriza la piel. Otras, al contemplar una obra, se despierta en el observador una sensación como de traspaso a otra dimensión. La obra de arte habla directo al corazón, llega hasta el alma. La identificamos cuando nos modifica, cuando toca profundamente nuestra interioridad.
Una obra de arte plasma lo más sutil, lo invisible, lo inaudible, aquello que comúnmente creemos que no existe. Para que el espectador pueda percibirlo, dentro de la obra, toma forma, imagen, palabra, sonido, movimiento y, al sumergirse en ese mundo mágico, puede habitarlo y ser partícipe de ese misterio. Cuando la obra de arte surge del mundo simbólico transmite algo genuino que cala a mayor profundidad, puede lograr conexiones impensadas.
Una obra de arte también puede revelar y traer a la luz facetas de lo cotidiano que pasan inadvertidas por su insignificancia. En este caso, el artista las pule hasta la síntesis permitiendo que su valor se haga visible, reconocible, diferenciable. Se produce una toma de conciencia.
Una obra de arte no pretende contar historias: nos hace sentir participes de la historia, nos mete en ella. Es capaz de generar emociones que se reflejan en el cuerpo y de activar nuestras antenas receptivas, hasta las más sensibles. Nos acaricia el alma; interiormente se manifiesta un sentimiento que no es fácil explicar con palabras, pero cuando uno se entrega a percibirlo, simplemente siente como sucede.
Asimismo, una obra de arte nos propone un diálogo entre ella y el espectador o receptor. Consideramos que la obra en sí no está acabada cuando el artista finaliza su trabajo, sino que sigue viviendo y desplegándose en la interrelación de quien la recibe. A veces nos hace reaccionar de modo espontaneo, puede irritarnos o provocar emociones fuertes, desconocidas hasta el momento, pero otras veces su lenguaje es silencioso. Recién al contemplarla, al escucharla por tiempos prolongados, nos susurra algo. Su mensaje surge de la profundidad. Nos conmueve, nos envuelve o nos propone recrearla en nuestro interior.
Una obra de arte es expresión de ideas novedosas, de fantasías diferentes, de la intuición inexplicable. Además, tiene la capacidad de sacudir nuestra forma de pensar e inducirnos a ver de manera diferente, nos transmuta, nos propone cambiar el punto de vista; nos plantea interrogantes. Pero también puede suceder que el artista use un lenguaje que se anticipa tanto a su época que la obra no sea aún comprendida. Por lo general, la obra de arte no deja lugar a la indiferencia, provoca tanto la emoción positiva como la de rechazo; busca presencia, cambio; es como una entidad viva.
Capítulo del libro «CREATIVIDAD: Testigos o Protagonistas?” de la autoría de Silke y A. Benitez